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Cicatrices invisibles

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cicatrices invisibles

Cicatrices invisibles: El Impacto de las Experiencias Adversas en la Infancia sobre  la salud y el bienestar  en la adultez. 

Las experiencias adversas en la infancia son eventos traumáticos comunes que impactan significativamente la salud y el bienestar a lo largo de la vida.

El Estudio de Experiencias Adversas en la Infancia (Estudio ACE) realizado  por Kaiser Permanente y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en Estados Unidos, demuestra que existe una relación directa entre la cantidad de experiencias adversas que se experimentadas en la infancia, con ideterminados problemas de salud y sociales  en la adultez. 

El estudio ACE mide 10 tipos de traumas infantiles, incluyendo abuso físico, padres alcohólicos y violencia doméstica, pero existen muchos otros tipos de traumas. A  mayor cantidad de tipos de trauma experimentados, también aumenta el riesgo de problemas de salud, sociales y emocionales.

 Casi dos tercios de los participantes reportaron al menos una ACE, y más de uno de cada cinco reportaron tres o más. La puntuación ACE se utiliza para evaluar el estrés acumulado en la infancia, y los hallazgos muestran que,  a medida que aumenta el número de ACE, también aumentan los riesgos de sufrir una variedad de problemas, tales como alcoholismo, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, depresión, adicciones, problemas laborales y económicos, intentos de suicidio, enfermedades de transmisión sexual, isquemia coronaria, enfermedad hepática, diabetes, obesidad, cáncer, enfermedades autoinmunes y respiratorias, entre otras.

En la misma línea, un estudio de metaanálisis llevado a cabo por D. Baumeister y colaboradores, publicado en 2016 en la revista Molecular Psychiatry, investigó la relación entre experiencias adversas durante la infancia y la manifestación de fenotipos proinflamatorios en la adultez. El análisis abarcó múltiples estudios previos para evaluar cómo los eventos traumáticos en la niñez pueden influir en los marcadores biológicos de inflamación en etapas posteriores de la vida.

Reveló una asociación significativa entre el trauma infantil y el aumento de marcadores de inflamación, como la proteína C-reactiva (PCR), el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α), e interleucinas como IL-6. Estos hallazgos sugieren que el estrés y el trauma experimentados durante la infancia pueden desencadenar cambios duraderos en el sistema inmunológico, predisponiendo a los individuos a desarrollar condiciones físicas y psiquiátricas, tales como enfermedades cardiovasculares, trastornos autoinmunes, depresión, y ansiedad.

Las experiencias adversas tempranas pueden provocar una sensibilización del sistema inmunitario, donde el cuerpo se vuelve más reactivo a estímulos estresantes futuros. 

Nuestro sistema inmune es una  compleja red de células y mecanismos que protege al cuerpo contra las infecciones y las enfermedades. Se compone de dos partes principales: la inmunidad innata y la inmunidad adquirida o adaptativa.

La inmunidad innata es la forma más antigua de defensa del organismo y constituye la “primera línea de defensa” frente a patógenos como bacterias, virus, hongos y parásitos. Este sistema responde de manera rápida y general a los agresores y no requiere una exposición previa para activarse.

Dentro de las células principales se encuentran: Los Macrófagos, Neutrófilos y los Linfocitos. 

La inflamación es una respuesta clave del sistema inmune innato. Se manifiesta por el enrojecimiento, calor, hinchazón y dolor en el área afectada, como sucede con una picadura. Su propósito es eliminar los agentes dañinos y comenzar el proceso de curación

La inmunidad adquirida es una forma de defensa más avanzada que se desarrolla a lo largo de la vida. A diferencia de la inmunidad innata, esta respuesta es específica y tiene memoria, lo que significa que es capaz de recordar y responder más eficazmente a infecciones previas. Podemos encontrar los Linfocitos B, Linfocitos T( varias subclases) y Células de Memoria

La interacción entre la inmunidad innata y adquirida asegura una protección robusta y coordinada del organismo, permitiendo al sistema inmune adaptarse y responder a diversos desafíos infecciosos

¿Pero que pasa cuando se padece de estés crónico? 

El estrés crónico debilita tanto el sistema inmunitario innato como el adquirido, afectando la respuesta inmunitaria general. Niveles elevados de cortisol de forma continua se asocian con una secreción reducida de interleucina-1-beta por parte de ciertos glóbulos blancos, lo que debilita la actividad del sistema inmune.

El estrés activa el eje hipotálamo-pituitario-adrenal (HPA), que consiste en una serie de interacciones entre el hipotálamo, la glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales. Esto lleva a la liberación de cortisol, una hormona del estrés. Si bien el cortisol ayuda a regular la inflamación, la exposición crónica a este debido al estrés persistente puede suprimir la función inmunológica, aumentar la inflamación y alterar la respuesta inmune.

La inflamación aguda es una respuesta normal y general del organismo ante un agente agresor, que puede ser viral, bacteriano, traumático, metabólico, ambiental o emocional. Esta respuesta incluye la participación coordinada de componentes vasculares y diversas poblaciones celulares, finalizando con la eliminación del agresor y, en algunos casos, la intervención médica.

Sin embargo, cuando la inflamación no se resuelve y se perpetúa mediante la retroalimentación de moléculas proinflamatorias, se genera un círculo vicioso que afecta el equilibrio de los sistemas nervioso, endocrino e inmune. Esto puede conducir a enfermedades autoinmunes sistémicas como diabetes, artritis reumatoide, esclerosis múltiple y lupus. Se conoce como inflamación crónica subclínica y también está relacionada con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares debido al daño que provoca en las arterias, y se asocia con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.

El trabajo de Andrew H. Miller y Charles Raison, publicado en Nature Reviews Immunology (2016), explora el papel de la inflamación en la depresión. La misma  afecta  a un 10% de los adultos y es una causa significativa de incapacidad, con un tercio de los pacientes que no responden a antidepresivos. 

Estudios indican que el sistema inmunitario, especialmente la respuesta inflamatoria, contribuye a la patofisiología de la depresión y que las  personas con mayor riesgo de depresión (por ejemplo, aquellos con trauma temprano) muestran respuestas inflamatorias aumentadas. 

La inflamación también está vinculada a la falta de respuesta a los antidepresivos y se observa en trastornos como ansiedad y esquizofrenia.

Entonces…¿Cómo intervenir?


Tratamientos y estrategias para mitigar el impacto de las ACE:

Psicoterapia:

  • Eficaz para tratar síntomas de depresión y ansiedad derivados de traumas infantiles.
  • Terapia centrada en el trauma: Ayuda a las personas a procesar y manejar sus experiencias traumáticas.
  • EMDR (Desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares): Utilizada para tratar el trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Intervenciones basadas en la atención plena:

  • Mindfulness y meditación: Reducen el estrés y la inflamación, mejorando el bienestar emocional.
  • Yoga y ejercicio físico: Beneficiosos para la salud mental y física, ayudando a regular el  sistema inmune.

Tratamiento farmacológico:

  • Antidepresivos y ansiolíticos: Para manejar síntomas severos de depresión y ansiedad, aunque es importante monitorear la respuesta y ajustar según la inflamación presente.
  • Anti-inflamatorios: Investigaciones sugieren que algunos pacientes con depresión resistente podrían beneficiarse de tratamientos anti-inflamatorios.

Intervenciones sociales y apoyo comunitario:

  • Programas de apoyo social: Conectan a las personas con recursos y redes de apoyo, lo cual es crucial para el bienestar emocional.
  • Educación y prevención: Enseñar a padres y comunidades sobre el impacto de las ACE y cómo crear entornos más seguros y de apoyo para los niños.

Enfoques integrados:

  • Medicina integrativa: Combina tratamientos médicos convencionales con terapias complementarias para abordar la salud de manera holística.
  • Intervención temprana: Identificar y tratar las ACE lo antes posible para minimizar sus efectos a largo plazo.

Intervenciones en la dieta y el estilo de vida:

  • Nutrición anti-inflamatoria: Dietas ricas en antioxidantes y ácidos grasos omega-3 pueden ayudar a reducir la inflamación.
  • Sueño adecuado y reducción del estrés: Estrategias para mejorar la calidad del sueño y reducir el estrés crónico son fundamentales.

La clave para tratar los efectos de las ACE es adoptar un enfoque integral que considere tanto los factores médicos como los psicológicos y sociales, mejorando así la calidad de vida y el bienestar general de las personas afectadas.

Lic. Valentina Chulak.

Psicóloga clínica. Me especializo en terapia Gestalt, programación neurolingüística (PNL) y desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR). Actualmente cursando posgrado en Psicotraumatología. 

He trabajado en diversos contextos, incluyendo la docencia en formación de competencias laborales y sociales  y el desarrollo de proyectos sociocomunitarios y multidisciplinarios. 

  • Terapia Gestalt, programación neurolingüística (PNL).

    Psicóloga clínica. Me especializo en terapia Gestalt, programación neurolingüística (PNL) y desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR). Actualmente cursando posgrado en Psicotraumatología. Ha trabajado en diversos contextos, incluyendo la docencia en formación de competencias laborales y sociales  y el desarrollo de proyectos sociocomunitarios y multidisciplinarios.

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